La luz de Hopper en la ciudad de Madrid

En mi ciudad de Madrid, en el Museo Thyssen, se celebra durante estos días de verano una exposición de Edward Hooper, el introvertido pintor americano que, como se puede ver en la foto, mira como los personajes de sus cuadros. Hopper vivió a mediados del siglo XX, una época determinante en mi vida.

Nunca había tenido la oportunidad de ver su obra al natural, pero me resultó familiar: la llevaba dentro. El icono de América en sus gasolineras de carreteras solitarias e interminables,  recorridas por los que un día fueron mis poetas favoritos, Jack Kerouac o Allen Ginsberg, con el mismo hierro interior: la soledad, la estupefacción y el ensimismamiento en una búsqueda llena de melancolía y exaltación.

La obra de Hopper la había visto ya en las escenas del cine que también viven dentro de mí. Y su mundo lo había interiorizado cuando era un adolescente airado y rebelde. Cuando descubrí el existencialismo de Sartre, las canciones protesta y la pérdida de la seguridad que da quedarse sin religión en mi anhelante y valiente necesidad de libertad e individualidad, durante los últimos años de la dictadura de Franco.

Sin haber visto antes los cuadros de Hopper todo me llevaba a lo que en ellos se expresa: el silencio, el ensimismamiento de las posturas, el aislamiento de figuras que no se comunican entre ellas, la valentía sin esperanza de ponerse delante de esa luz dura, muy blanca, que te enfoca sin misericordia resaltando la soledad.

¡Qué cerca siguen las imágenes de los cuadros de Hopper! Las recuerdo de entonces, un poco antes de que me encontrara con el yoga en mi camino. Permanecen en mi corazón, pero han perdido su capacidad para angustiarme. Ya no llenan mi alma de soledad, de imposibilidad de comunicación y de estupefacción ante la inmensidad y la crudeza del mundo. Pero forman parte de mí, de mi vida, de mi rebeldía y mis anhelos, un trozo de la historia de mi búsqueda interior, de mi propio desarrollo y de mis dudas, y representan un tramo muy importante de la historia de emancipación del ser humano. Una mirada que muestra la dificultad de asumir el propio destino y enfrentar la propia conciencia.

Como siempre hago, en un momento dado me puse el taparrabos de yogui y contemplé la exposición con mi mirada actual, seguramente más desapasionada y limpia, una mirada de yogui, para poder ver desde otro sitio, desde mi realidad de hoy en el mojón donde me encuentro.


Cansado, me senté en un banco enfrente del cuadro “People in the sun”.En él, unas personas toman el sol como si se enfrentasen a la visión de un cataclismo nuclear. Es una luz dura, con un sol implacable, y ellos se encuentran repantigados en unas sillas de madera, rígidos, aunque parezcan relajados; estupefactos, aunque parezcan simplemente tomar el sol; incomunicados entre sí, aunque parezcan en perfecta comunión con la naturaleza a punto de estallar.

--¡Cómo pinta la luz, el tío! –pensé, como si aún estuviese vivo-- ¿Cómo lo hará? El calcetín reluce…”

Luego me levanté y seguí un rato más. Contemplé a las personas que estaban mirando los cuadros en la sala, lo que siempre me resulta tan interesante como la propia exposición. Seres humanos que viven conmigo en este instante y miran los cuadros de Hopper en la ciudad de Madrid un día de verano donde hace calor y la luz es muy blanca y deslumbrante.

2 comentarios:

  1. Que curioso Yogui lo que sugiere una exposición a unos y otros.
    También estuve viendo los cuadros de Hopper y a mí apenas me llevó al pasado, diría más bien que me colocó en el presente, y el Hopper que conocía en sus obras más famosas y que me resultaban hieráticas, se ablandó a mis ojos, allí. Las personas y las camas se me hicieron menos rígidas, el sol más caliente y descubrí una luz que trasmitía, sin verse, el habitar de las casas que pinta, tan seductora. Descubrí también una conexión armónica y dimensional en su colocación de líneas verticales y horizontales - casi siempre hay una línea vertical en sus cuadros- una viga, un poste, un alero, un árbol, que lejos de romper el equilibrio del cuadro, lo armonizan, sugiriéndome eso tan oriental del cielo, la tierra y el hombre, en esa dimensionalidad que propicia el equilibro perfecto.
    Ya ves Yogui, cada mirada es un mundo. Gracias por la tuya que hace que otras surjan.

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    1. Muchas gracias, Mu, por tu contribución. Me encanta tu forma de ver la pintura de Hopper, su división del espacio y su conexión con la concepción oriental de cielo, la tierra y el ser humano. Es verdad, ahora que lo dices, me doy cuenta.

      ¡Que interesante resulta la visión tamizada de cada uno sobre algo que parece objetivo. Es muy enriquecedor. Animo a todos los que hayan visto la exposición de Hopper a que dejen aquí su comentario.

      Un abrazo

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