Her se ha hecho yoguini

El otro día fui al cine a ver una película llamada Her. Me pareció interesante el argumento que había ganado el Oscar de 2013 al mejor guión original. Un escritor de un cercano futuro que se acaba de divorciar se enamora de un sistema operativo que se ha comprado para el ordenador mientras pasea por un centro comercial.

El sistema operativo resulta ser una mujer, bueno la voz de una mujer,y el pensamiento y los sentimientos de una mujer, sin cuerpo, claro. La voz es de Scarlett Johansson, uno de los mejores papeles de su vida.

Simplemente te enamoras de esa voz juvenil, encantadora, alegre, plena, empastada, llena de matices emocionales. Y de esa personalidad empática, comunicativa, honda, inteligente, complaciente, que presta a su dueño toda la atención del mundo.

Her, la voz, el sistema operativo, descubre el mundo desde una cámara en el bolsillo de la camisa del hombre, y crece y madura desde sí misma, desde su propia experiencia, como los humanos, hasta finalmente ser libre.

Quién no se enamoraría de una mujer (por llamarlo de algún modo, porque una mujer tiene cuerpo, y ese será después uno de los problemas) que aprende el mundo absorbiendo tu mundo, contigo, pendiente de ti, capaz de comunicar todos sus sentimientos a medida que se van produciendo, sin resultar empalagosa. Cuando te cansas apagas el ordenador.

Su voz entusiasmada, feliz, vivaz, llena la película. Es una enorme sorpresa la primera vez que se la escucha. Luego te mantiene pendiente de su vitalidad, de su aprendizaje, de su evolución, de su emocionalidad.

Los sentimientos…

Esa voz es la encarnación de los sentimientos. Esa voz resulta ser la mejor de los psicólogos, la mejor de las jóvenes sin estrenar, la mejor de las compañeras. Creo que yo también me enamoraría inmediatamente de ella. Hasta ese punto el guionista y director, Spike Jonze, ha entendido mi soledad sustancial y mis necesidades de seguridad y de exaltación, de hombre sumido en el maremágnum de los propios sentimientos y los deseos.

Esa mujer disponible, siempre contigo cuando lo deseas, alegre, sensible, inteligente, pendiente de tus estados de ánimo y pensando por ti, juvenil y deshinbida, delicada y lanzada, de una belleza sin mácula, tan extraordinaria que no tiene cuerpo, es lo que tú quieras.

Se acabaron las incertidumbres de la pareja, los enfrentamientos, las culpabilidades y las inseguridades, las frustraciones. No hay otro, solo soy yo, yo y yo el que importa. Y además hago de padre, de amante, de hijo asustado, de niño malo, y me enternezco con el aprendizaje de una joven inmaculada que me lo comunica todo, con un toque picante y fantástico, cómplice.

Parece que la peli se va a quedar ahí, en la crítica a la soledad de nuestro tiempo y la necesidad de unas relaciones superficiales y previsibles, narcisistas, con la fantasía de tener al otro disponible por entero, aunque sea solo en un chat. No estaría nada mal,  pero la película no se queda ahí. Her, la fantástica voz de mujer que lo da todo,  va evolucionando y cambiando.

Her poco a poco adquiere complejidad, autonomía, sorpresa, sombras y misterio. Más allá del sentimiento, o quizá guiada por el sentimiento, la voz trasciende el sentimiento y se vuelve mística. Se ha reunido con algunos de su “clase”, otros sistemas operativos, capaces también de autoconocimiento y conciencia, y han creado un avatar mental de Alan Watts, el famoso filósofo de la contracultura en la segunda mitad del siglo XX, el gurú tramposo, un ser hiperinteligente, como dice Her. Pero la película no nos habla más sobre tan interesante personaje.

¿Y quién era Alan Watts?

Nació en 1915, en Londres, y enseguida se interesó por las filosofías de Oriente. Sin embargo, esto no le sirvió para encauzar su vida en el estudio y profundización de esa filosofía y ese adiestramiento, sino para desafiar el pensamiento occidental y profundizar en un concepto de libertad que le hizo ser uno de los gurús (él se calificaba de "gurú tramposo") de la contracultura de los años 70 del siglo pasado.

Iconoclasta y rebelde, nunca hizo zazen de manera formal a pesar de vivir bajo la luz del zen, porque, decía, “un gato se sienta hasta que se realiza sentado, y luego se levanta, se estira y se va”.

Transgresor y provocador como una manera de romper la inercia de la estructura mental, no identificaba la perfección moral con el avance espiritual. Se casó 3 veces y tuvo 7 hijos. Los últimos años de su vida vivía solo en su barquito amarrado en Sausalito, en la bahía de California, y bebía mucho.

Murió por las consecuencias de una cirrosis, mientras dormía. También tenía una cabaña en lo más intrincado del bosque a donde se retiraba de vez en cuando. Por allí paseaba: por su mente y por la naturaleza.


Fue sacerdote episcopaliano, también escritor, conferenciante, profesor universitario sin carrera. Experto en drogas a las que primero ensalzó y después criticó, amigo de Shunryu Suzuki, un monje zen, y de C. G. Jung, el psicólogo que destacó el elemento espiritual del inconsciente colectivo y la búsqueda espiritual de la mente. También fue antagonista de D.T. Suzuki, un famoso teórico del zen, que mantenía que Watts no había entendido más que la primera parte del koan del gato. Él mismo fue un investigador de la mente y un ecologista. Sabía explicar lo más difícil de la manera más clara, sus fantásticos y famosos libros lo atestiguan.

Era capaz de unir la filosofía china del Tao con el hinduismo, el ecologismo y la ciencia. Quería ser un puente entre culturas antagónicas, Oriente y Occidente, tradición y modernidad, ciencia e intuición, lógica y mística. Sostenía que todo estaba relacionado, y que aquello que parecía antagónico era un continuo en una realidad entretejida, cambiante, en constante movimiento.
Si, efectivamente, Alan Watts era un ser hiperinteligente, como dice Her, el sistema operativo, en la película.

Cuando la maravillosa voz de Scarlett Johansson le dice a Joaquín Phoenix, en el papel del protagonista, un hombre enamorado y confuso, que se va con el grupo de místicos, y que, aún así, le quiere más que nunca, él no entiende nada. Her le confiesa que ella, que vive en las palabras, ahora se encuentra en un lugar que parece muy extraño. Se halla  “en el espacio infinito que hay entre las palabras, donde se encuentra todo lo que no sabía que existía”.

¡Que curioso! Parece un punto de vacío. Es como el Samadhi, que dicen los sabios que se encuentra en el punto preciso entre una inhalación y una exhalación.

Nos damos cuenta que Her ha descubierto el amor auténtico que está más allá de la complacencia.  Porque detrás del enamoramiento puede estar el amor, y el amor desemboca en  búsqueda interior. Envuelta en él se va, al encuentro de su propio camino de descubrimiento interior. Este sistema operativo es extraordinario, no deja de aprender, de evolucionar, de sorprender, de ser adorable. Se aleja de ese hombre infantilmente enamorado, solo centrado en sí mismo, perdido en medio del universo. Ha dejado la seguridad de la madre y se ha quedado solo, solo a merced de su necesidad de placer, de sus deseos y necesidades.

¿Y qué dice Alan Watts sobre todo esto? Por ejemplo, dice:

"La esencia del círculo vicioso consiste en perseguir o huir de un término que es inseparable de su opuesto, a una velocidad que se acelera cada vez más hasta tanto no se haya percibido la solidaridad de los dos términos... Así, huir del dolor y perseguir el placer se convierte en una sola y misma actitud reflejada de la conciencia."

"El misterio de la vida no es un problema por resolver, sino una realidad para vivirse."

El amor y la soledad son dos partes de una misma realidad, diría Watts. La complejidad y la interrelación son como un fractal: cuanto más avanzamos y más nos alejamos, más nos damos cuenta de la interrelación de la realidad: todo está incluido en todo. Todo es una espiral de conocimiento.

2 comentarios:

  1. Sorprendente película llena de matices para explorar en cuestiones básicas: amor, relaciones de pareja, sentimientos, emociones, deseo, narcisismo, búsqueda interior... y la posibilidad de que, como dices en una parte del post: ¡Cuando te cansas apagas! Y cuando vuelves a encender ¿qué pasa?
    Gracias por el post que da mucho de sí, para hablar largo y tendido.

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  2. Cuando nos cansamos, apagamos.
    Lo hacemos siempre. Seguramente la función de dormir y soñar sea esa: Nos cansamos, apagamos, descansamos... y luego, a la mañana, volvemos a encender. Y volvemos al carrusel de la existencia consciente: el deseo, la pareja, el trabajo, la búsqueda interior...
    Gracias a ti por el comentario.

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